sábado, 19 de octubre de 2013

Minúsculos intentos de amor.

Pasan las horas, los días, los meses. Yo sigo con las rodillas reventadas, en el suelo, mirando pasar a la gente flotando, sin necesidad de rozar el sucio suelo en el que yo yazco. Cuando no me estoy autoconvenciendo de que puedo levantarme, estoy siendo cada vez más consciente de lo abandonada que estoy. No tengo nada ni nadie que me proteja. Solamente sé que ya he encontrado a mi dama blanca.
Estuvo todo el rato conmigo, yendo de la mano, ayudándome desde atrás, salvándome de todo lo que llevo dentro. Y ahora se ha vuelto contra mi. Se ha acostado a mi lado en la cama, me ha acariciado la cara y me ha dicho que no me quiere con los ojos. Fijó su fe en mi alma, y ahora me la retuerce y exprime como quien retuerce un trapo mojado. Duele, pero no eres capaz de llegar a sentirlo del todo. Es como quien está frente a la causa de un trauma, sufre el impacto, pero no es consciente del daño total hasta pasado un buen tiempo. Yo llevo en la fase de impacto casi un trimestre. Y no logro salir. Cada atisbo de luz que arroja alguien sobre mi se vuelve una pedrada en mi cara, y cada vez que intento pensar en ello me entra el pánico, como ahora mismo. Creo que nunca estuve llorando tanto ni temblando de una manera tan descomunal como lo estoy haciendo ahora frente a un ordenador. Se han llevado mi vida. Se la han llevado arrebatándome lo que me pertenecía, lo que me había ganado, así, delante de mis ojos. Y lo peor es que me dejan abrazar la única salvación que existe con la condición de saber que nunca va a ser mía.
Me paro a mirarte de arriba a abajo, y pienso en cuando eras mi único pilar... Y no puedo evitar preguntarme qué ha pasado para que de golpe seas el látigo que flagela mis sentimientos día tras día, noche tras noche. No puedo evitar pensar que, sin saberlo, me has robado el alma, el sueño, las ganas de vivir y la vida propia. No puedo evitar pensar en que no existo para nadie ni para nada.


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